El reto de Izquierda Unida
¿Por qué en un momento de descrédito del PSOE, con recortes sin precedentes e inmersos en una guerra, IU no es una fuerza emergente? Es preciso mirar en nuestra propia casa.
JAVIER MADRAZO LAVÍN
El próximo 27 de abril se cumplirá el vigésimo quinto aniversario de la presentación pública de Izquierda Unida como coalición electoral que agrupaba a distintas formaciones políticas, entre ellas el Partido Comunista de España, y a destacadas figuras intelectuales, que en aquel momento reivindicaban frente al PSOE el rechazo a la incorporación de España en la estructura de la OTAN. Vienen a mi memoria aquellos tiempos por razones diversas que recuerdan acontecimientos que ahora vivimos. En 1986 Felipe González había pasado de una posición contraria a la adhesión a la OTAN a ser su valedor, coincidiendo este cambio de criterio con su abandono del ideario socialista para abrazar la causa del neoliberalismo.
El presidente Zapatero, que ha pasado en ocho años de retirar las tropas de Irak a liderar la intervención en Libia, tiene un referente en la historia reciente del PSOE a quien imitar. Si Felipe González llegó al poder apostando por la neutralidad de España, Zapatero entró en La Moncloa enarbolando la bandera del pacifismo y la alianza de civilizaciones. Claro que ambos se presentaron a las elecciones bajo las siglas del socialismo para traicionar después sus promesas y gobernar bajo parámetros de la derecha. No sé qué efectos perniciosos se derivan de la acción política, pero es obvio que envenena los principios en nombre del pragmatismo. Deduzco que es la presión del mercado, que termina por ganar todas las batallas.
Quienes de verdad gobiernan no son las personas a las que damos nuestro voto sino otras de quienes no sabemos ni tan siquiera sus nombres; por supuesto, jamás concurren a unas elecciones democráticas, ni hacen públicos sus programas. Se esconden en consejos de administración de empresas transnacionales o en instituciones opacas como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Mandan sobre el propio Zapatero, a quien terminarán por devorar, e incluso sobre el Congreso de los Diputados, que legisla contra los intereses y derechos de la misma ciudadanía a la que debería representar con mayor honestidad, escuchando sus demandas y haciéndole partícipe del proceso de toma de decisiones.
El enfado de la sociedad española por medidas tan impopulares como son la reforma laboral, el retraso en la edad de jubilación o el alto índice de desempleo se canaliza, y con razón, contra el presidente del Gobierno; ahora bien, no deja de ser curioso que quienes arremeten contra él por haber girado a la derecha se inclinen después por dar su confianza al Partido Popular o en su defecto busquen refugio en la abstención.
El control de los medios de comunicación por parte de las mismas empresas e instituciones que dirigen el mercado no es ajeno a este hecho, en la medida en la que promueven el bipartidismo y con él la alternancia de dos formaciones, que en última instancia aplican las mismas recetas neoliberales.
Me resulta difícil comprender cómo en este contexto las encuestas no constatan un incremento significativo de las expectativas de voto de IU. Las sociedades, en época de crisis, reclaman seguridad y certidumbres, poniendo su futuro en manos de quienes después actuarán en su contra, vulnerando sus derechos sociales y laborales. En este sentido, no existen diferencias entre PSOE y PP. Zapatero está actuando como lo haría Rajoy en su lugar, sólo que el primero lo hace en nombre del socialismo, en lo que constituye una clara manipulación del término, y el segundo, más coherente, en nombre de la derecha. Dos caras, aparentemente enfrentadas, para una única política compartida.
Tengo la convicción de que una parte de la ciudadanía busca respuestas en la izquierda porque cree en valores de progreso y bienestar; sin embargo, o no las encuentra o las que hay no le resultan atractivas. IU es, sin duda alguna, víctima de una ley electoral antidemocrática, que PSOE, PP y PNV se niegan a modificar. Nadie puede negar esta evidencia, que lastra el crecimiento de una formación imprescindible en el escenario político. De todos modos, este hecho explica el porqué de su subrepresentación en el Congreso de los Diputados, pero no está en el origen de sus limitaciones para conectar con el voto de quienes se consideran gentes anticapitalistas, republicanas, ecologistas y pacifistas.
En el año 1986 el Partido Comunista de España tuvo altura de miras para abrirse a otras sensibilidades de izquierda. Esta suma permitió el nacimiento de IU y su consolidación diez años más tarde, en los que llegó a tener veintiún representantes en la Cámara Baja. Después vino una etapa descendente hasta quedarse en 2008 con dos parlamentarios.
¿Por qué en un momento de descrédito del PSOE, con recortes sin precedentes e inmersos en una guerra, IU no es una fuerza emergente? Habrá causas externas, pero es preciso mirar en nuestra propia casa para impulsar una reflexión que nos permita no sólo crecer sino sobre todo ganar credibilidad entre las personas progresistas.
En caso contrario, surgirán otras propuestas que dividirán y debilitarán aún más a la izquierda.
Equo es un aviso y me consta que hay otros movimientos que también quieren construirse su hueco. Cada uno de ellos tiene aspiraciones de erigirse en el eje la izquierda, aunque en realidad
para crear una alternativa real al PSOE sería necesario trabajar en un mismo equipo.
El Partido Comunista de España, actualmente hegemónico en IU, debe habilitar cauces de comunicación con los espacios emergentes para generar confianza mutua y promover puntos de encuentro.
El futuro de la izquierda no pasa por la atomización de fuerzas sino por la acumulación y la capacidad de despertar conciencias y movilizar a las personas decepcionadas por Zapatero. Todo un reto.